Hace algunos años, me llegó por casualidad un pdf con un artículo que detallaba técnicas para dirigir mejor equipos de trabajo en el entorno empresarial. Aunque esto queda fuera de mi jurisdicción, lo leí igualmente por si podía extraer alguna idea de provecho.
Y tuve suerte. Había una parte en la que explicaban un concepto que desconocía o me había pasado inadvertido hasta el momento: La escucha activa. Es decir, técnicas para favorecer el proceso de recepción del mensaje en la comunicación. Indudablemente, las ideas expuestas allí, eran de naturaleza universal e incluso de sentido común, pero leerlo plasmado de tal manera me hizo plantearme cosas en las que nunca había pensado y me hizo ver todo un poco más nítidamente. Claro, hice los ajustes pertinentes y enseguida pude aplicarlo a mis dos campos: La música y la enseñanza.
Decidido a mejorar mis habilidades comunicativas, pasé unos cuantos días examinando hábitos conversadores con la gente que tenía a mi alrededor.
Los resultados fueron devastadores: tenemos una tendencia desmedida a interrumpimos al hablar. Además, en muchos casos lo hacemos de una manera bastante poco amigable, subiendo el volumen para forzar a los demás a escucharnos por encima de su propia voz. No es necesario ningún estudio que demuestre lo contrario. Empezar una frase antes de que nuestro conversador haya acabado la suya, es práctica habitual en un gran número de personas. Lo hacemos y padecemos constantemente, y sin necesidad de perder las buenas maneras.
Así, al poner mi trabajo bajo el microscopio, constaté que una parte considerable de alumnos tienden a no escuchar realmente mis instrucciones. Es algo que intento solucionar con infinita paciencia, y escribiendo una lista de temas importantes a tener en cuenta. En ella recalco insistentemente que el contenido crítico de la clase reside en las instrucciones, no propiamente en las partituras. Las palabras escritas siempre pesan más que las pronunciadas. Si además es algo fácilmente recuperable en futuras clases, como un email, mejor todavía.
Además de esto, es un comportamiento común para algunos estudiantes, cambiar de tema al enfrentarse a alguna dificultad. Estoy convencido de que la mayoría lo hacen de manera inconsciente. Si supieran que ellos son los principales perjudicados, procederían de otro modo. Pero como profesor hay que estar muy atento para no dejarse arrastrar por el despiste del alumno, mantener el control e insistir. Si no, la clase perdería su propósito. Y eso no beneficia a nadie.
Si no sabemos escuchar y esperar a nuestro turno en algo tan básico y cotidiano como una conversación, merece la pena preguntarse de qué manera escuchamos música o a otros músicos cuando tocamos con ellos.
Estamos tan poco acostumbrados a escuchar de verdad, que ni siquiera sabemos discernir los instrumentos en un disco. Leí una cita de John Coltrane donde venía a decir algo así: “Hay que escuchar música concentrándose sólo en un instrumento cada vez”. De esa forma, la experiencia cambia sustancialmente. Esto se puede facilitar y acentuar, utilizando el balance y/o ecualizando de diferente manera para favorecer unos instrumentos por encima de otros.
Algo que demuestra lo que intento probar, es el ejercicio de leer las letras al mismo tiempo que escuchas un tema cantado. Sobre todo si no es en tu lengua materna, penetras mucho más y mejor en la melodía. Comprendes mejor las inflexiones e incluso el tono de la voz porque estás atento a la acción.
Esta cuestión, también es común moneda de cambio en el entorno de los grupos, sobre todo en los locales de ensayo. La versión musical de este problema, es tocar por encima de otro músico, no de forma compaginada, si no imperativa. Esto a veces incluso desencadena absurdas guerras de decibelios en los instrumentos amplificados.
Hacer música, al contrario de lo que pueda parecer, es el acto de un oyente. Transformar los sonidos que existen en tu cabeza y materializarlos en algo audible para los demás, poco tiene que ver con el hecho de tocar. Es puro trámite. El músico es un mero canal transmisor entrenado a tal fin. Es casi como si el compositor y/o el improvisador no tuviera elección, toca lo que oye. Los intérpretes, de igual manera, se ven indudablemente afectados al interactuar tocando con otras personas e incluso con el público, por eso reaccionan imaginando escenarios diferentes para los sonidos. Toda la teoría, toda la técnica, todo el equipo, todos los años de estudio, práctica y esfuerzo invertido son inútiles si seguimos empeñados en no distinguir entre oir y escuchar.
Me ha encantado. Yo tengo en muchos momentos ese vicio y debo erradicarlo.
Muchas gracias David. Por supuesto, yo también tengo el vicio, aunque intento controlarlo.
Me gusta mucho este post. Me ha encantado eso de que «hacer música, al contrario de lo que pueda parecer, es el acto de un oyente» Vamos, que hacer música, como cocinar, como cuidar, como dar una clase o una charla, es el acto del «otro», del que está fuera, del receptor. Y para eso hay que escuchar. Genial.
Hola Susana, cuando digo que tocar es el acto de un oyente, me refiero al propio músico. En realidad, tocamos lo que imaginamos, lo que oímos en nuestra cabeza, sin necesidad de coger un instrumento. Por eso es necesario pararse a escuchar de verdad. Por supuesto, cuando tocas para alguien también es un acto que le pertenece. Este tema es muy interesante y tiene muchas lecturas. Gracias por comentar, un abrazo.
Muy interesante, me ha recordado a un artículo que escribí hace tiempo: Escuchando la Mezcla, que aunque está dirigido a técnicos de sonido, se basa en la experiencia musical y en la atención al escuchar.
Si alguien lo quiere leer: https://sonsonoros.wordpress.com/2010/06/06/proceso-de-trabajo-escuchando-la-mezcla/