El bloqueo creativo tiene muchas caras, posiblemente tantas como problemas tenemos las personas. Y es precisamente esa pluralidad, lo que hace a veces difícil identificarlo. Dar por hecho que no estamos preparados para ser creativos, es en verdad el temor a no tener el talento suficiente, a no cumplir con las expectativas del futuro que hemos proyectado.
Pero lo cierto es que no nacemos bloqueados, es algo que adquirimos paulatinamente a través de nuestras experiencias por diversas razones. Por eso es necesario realizar un ejercicio de introspección, ir al origen de nuestra actividad artística y encontrar la verdadera naturaleza de estas barreras.
En mi caso, y supongo que en el de muchas más músicos, mis primeros pasos estuvieron impregnados de naturalidad y desinhibición. El bloqueo vino más tarde, pero en mis inicios un pequeño teclado fue suficiente para empezar a experimentar y dar mis primeros pasos como compositor. Todo era sencillo. Había teclas blancas y negras. Si me limitaba a tocar las blancas obtenía un resultado familiar: la escala mayor y la escala menor. Aunque yo no sabía ni siquiera su nombre, enseguida comprobé que podía combinar sonidos a mi antojo, con muy buenos resultados. Además, otras melodías que ya conocía encajaban en las siete notas. Era fácil encontrar canciones, solo había que ir pisando teclas hasta que encontrar la que sonase bien.
Lo mismo sucedía al tocar solo las teclas negras, que forman la escala pentatónica. Así empezaron a brotar melodías, pequeñas composiciones e improvisaciones de carácter oriental. Por supuesto, yo no era consciente de estar creando nada, simplemente me divertía jugando. No es casualidad que el verbo tocar en inglés se traduzca como jugar (to play). Para un niño pequeño todo es más sencillo, blancas y negras. Sin miedo a la nota equivocada, solo diversión.
Nunca di demasiado crédito a estas primeras vivencias musicales y solitarias. No fue hasta años después que empecé a valorar la auténtica libertad creativa de ese momento. Una llama artística que casi conseguí apagar, básicamente por dos motivos: La autopresión adquirida por la imagen que tenemos de la composición y la idealización de la propia figura del compositor. Ambas palabras muy serias, solemnes y respetables, aunque no reflejan en absoluto la verdadera naturaleza de la creatividad: la imaginación.
Según la acepción tradicional, compositor es el que compone, y componer significa producir obras musicales. Por lo tanto, desde el momento que alguien hace música original, está componiendo. Las herramientas que maneje, la calidad de su obra o su discurso son independientes de el acto creativo. Pero seguimos creyendo que el compositor es alguien de otro mundo, un dios que lo sabe todo y maneja a la perfección su sabiduría. Inevitablemente, la admiración nos invita a compararnos con el.
Es por ello que postergamos la creación, pensando que el día de mañana estaremos lo suficientemente preparados para escribir algo a la altura de las expectativas que hemos construido y del modelo que hemos tomado como referencia. Y ahí está la trampa. Nunca estás satisfecho. Nunca estás preparado. Nunca eres quien imaginabas que serías en el futuro. Todo lo contrario, pasan los años, mejora tu formación y tu percepción de las posibilidades del universo musical, pero paradójicamente te sientes cada vez menos preparado para afrontar el reto. El bloqueo prospera y el complejo de inferioridad cristaliza en ti.
Esta cuestión está directamente relacionada con la forma en que hemos sido educados desde que nacimos. Se valora más el resultado de un problema, que la forma de haberlo afrontado. Se premia el acierto y se castiga el error. Hemos desarrollado un miedo patológico a la equivocación. Es de sentido común identificar un error como algo valioso, una referencia de la que aprender, pero luego no vivimos así. Preferimos continuar paralizados a arriesgarnos a cometer un fallo.
El arte no es diferente a cualquier otra área de la vida, se aprende por el camino, cada día. Cuando los docentes hablamos del estudio de la composición, en el fondo nos referimos a estudiar las tendencias, recursos y técnicas utilizados por otros artistas en el transcurso de la historia musical. Pero en realidad la creatividad no se estudia, se desarrolla. Ni siquiera hay que empezar a tocar un instrumento. Esa pulsión creativa ya se manifiesta de múltiples formas antes de ser ahogada: contar un chiste, cocinar, ordenar un cajón o montar una fiesta de cumpleaños pueden ser actos creativos si implican un pensamiento independiente y libre de estereotipos.
Por eso hay que empezar por perderle el miedo, desmitificar e integrar la creatividad en nuestras vidas como lo que es, algo inherente al ser humano. Es imprescindible volver a ese momento creativo inicial. Recordar el disfrute de imaginar, descubrir e inventar con total despreocupación. Sin más necesidad que la de deleitarse uno mismo. Sin tener que componer una obra maestra, sin la obligación de estar a la altura de los más grandes. Equivocándote, pero con alegría y diversión. Esto es, fluir.
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