Tocar para olvidar

Tocar para olvidar
Me gusta pensar en mi trabajo de docente como el de un observador y buscador profesional. Alguien que contempla la música para aprender de ella y despejar  incógnitas. Casi como si resolviera problemas matemáticos. Creo que es parte de ser bueno en la enseñanza, tener un hambre natural por el descubrimiento. Y eso es lo que me creo, una suerte de arqueólogo que excava buscando tesoros. Esa es la diferencia entre un libro y un profesor. El primero contiene información, el segundo no sólo desentraña y amplía su contenido, también contribuye a adaptar la información a las necesidades del estudiante. Por eso existe la enseñanza, de otra forma nos limitaríamos a leer la información y ya estaríamos preparados para lo que fuera. Por suerte es más complicado y fascinante que eso.

Hay una cuestión recurrente que desde hace años observo y me roba horas de sueño: la retención. No hay que ser ningún genio para darse cuenta de que es un enorme problema entre los estudiantes. En música hay que memorizar muchísimo material y de naturaleza muy diferente: visual, auditivo, lógico y de movimiento. Es mi rutina diaria ver como los alumnos batallan por  no olvidar lo aprendido.

¿Por qué nos cuesta tanto mantener grabada la información? Mi teoría se basa en el origen del aprendizaje. Es en nuestros primeros años donde se fijan las bases para nuestro desarrollo. Lamentablemente, nos han enseñado de forma ilógica, parcial y obtusa. Nos vemos obligados a memorizar para superar una prueba, no para poner en uso lo aprendido. Es un hecho. Tiene cierta lógica entonces, que después de aprobar un examen, el estudiante se relaje y pueda olvidar  lo memorizado con alivio. 

Bien, esto no funciona para la música. Nos esforzamos por cumplir con ahínco la fase de memorización, pero fracasamos estrepitosamente en la de interiorización. Y la realidad aquí nos golpea sin piedad: «Lo que no se usa se olvida».
Por eso nunca olvidaremos a leer o las tablas de multiplicar. Porque integramos la lectura y el cálculo en nuestra vida y jamás dejamos de utilizar esos códigos. Ahí está la clave.

Parte importante del problema, tiene que ver con los contenidos que trabaja el estudiante, y sobre todo con cómo y cuándo lo trabaja. Muchas veces, por empeño de los profesores, culpa nuestra. Otra veces por insistencia de los alumnos, también culpa nuestra. Es por tanto, crucial que el profesor enseñe lo que tiene que enseñar en el momento adecuado. Hemos de ser un ejemplo de paciencia, constancia y eficiencia para nuestros estudiantes. Es una responsabilidad inherente al cargo. Por eso la culpa es nuestra, siempre.

Por esto, me esfuerzo mucho en transmitirle a mis alumnos, que lo importante de la clase no reside en el contenido, si no el enfoque y cómo nos enfrentamos a resolver los problemas. Dispensar información no requiere demasiado talento. Aunque suene algo excéntrico, es la parte menos importante de la enseñanza.

Y ahí voy a parar con mi reflexión. Con la obvia inutilidad de aprender algo para no utilizarlo y consecuentemente olvidarlo. Por desgracia, la música no es como aprender a montar en bicicleta. Lo aprendido no es para siempre, si no pasa a formar parte de ti, y de cómo te expresas como músico. En el fondo es algo tranquilizador. No tienes que satisfacer expectativa alguna. Lo que aprendas es para ti. Aprender para crecer. ¿Hay algo más bello que eso?

A la postre, a lo largo de mis años como docente he ido marcando una tendencia cada vez más acusada: calidad antes que cantidad. Es preferible saber chapurrear inteligentemente unas cuantas palabras en un idioma.  Poder mantener una conversación, aun con cierta dificultad, siempre será más práctico que memorizar una lista de reglas gramáticas, no usarlas jamás y permitir que se las lleve el viento. Tan sencillo como eso.

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