Cuando llevas un tiempo dedicado a algo con seriedad, y profundizas lo suficiente, descubres cosas de valor por el camino. Charlando con un amigo, profesor de matemáticas, me comentaba que había patrones de error comunes en gran parte de los estudiantes. En otras palabras, muchos tropezamos en la misma piedra, y más de una vez, como reza el dicho. Esto me hace cuestionarme, ¿somos la mayoría tan torpes? ¿esas dificultades están grabadas en nuestro ADN? No tengo las respuestas, pero si he observado sistemáticamente reiterados problemas en mis alumnos y en mí mismo.
Hay dos conductas muy recurrentes cuando aprendes a tocar un instrumento: correr y tocar a bajo volumen. Parece como si inconscientemente, tocando rápido salváramos el obstáculo, procurando que no se oyera demasiado, ni lo bueno ni lo malo. Me recuerda un poco a la tradición escolar de los exámenes orales, donde el profesor preguntaba y el alumno se acercaba a su mesa para contestar en voz alta. Muchos hablaban rápido y bajito, exactamente el mismo comportamiento que los estudiantes de música.
Aunque parezca inverosímil, este no es un hábito exclusivo de los principiantes. Es frecuente que reciba a estudiantes que llevan tocando 10, 15 o 25 años sin ser conscientes de este fallo. Pero en realidad no es culpa suya. Nadie les explicó cuán importante es hacer lo contrario a lo que tendemos de forma instintiva y como autoprotección: tocar CLARO, con buen VOLUMEN y sobre todo DESPACIO. El resultado es claro, no sabemos estudiar.
Entender la naturaleza del dilema es clave para una práctica eficiente. Necesitamos saber que hacemos un esfuerzo por un buen motivo, no por capricho de nuestros instructores o por tradición. A pesar de haber estudiado en diferentes ámbitos y haber leído mucho material didáctico, nunca he encontrado respuestas convincentes a esta cuestión. Y fue por pura casualidad, en una charla con un neurólogo, donde acabé por despejar mis dudas y comprender totalmente la lógica del asunto.
Lo cierto es que tocar es un ejercicio cerebral. Las órdenes llegan a las manos y ellas obedecen. Es lo que se conoce como proceso psicomotriz. El problema se origina cuando el cerebro pierde el control y las manos actuan sin dirección ni límites. Nuestro «ordenador» está registrando toda la actividad y lleva un recuento exacto de lo que pasa y cuantas veces pasa. Por eso es tan importante para los músicos repetir. Simplemente estamos grabando información lo más profundamente posible. La parte peligrosa es que el cerebro no discierne si lo que hacemos es correcto o incorrecto. De esa forma, si tocas perfecto acumulas repeticiones perfectas y tiendes naturalmente a tocar perfecto. Por supuesto, si tocas con fallos, queda registro de ellos y el efecto es justo el opuesto. Los tristemente famosos vicios. Así, si alguien ha repetido un fallo, digamos unas 10.000 veces, necesitará otras 10.000 repeticiones correctas para igualar el marcador y empezar de cero a acumular movimientos correctos. Por eso es crucial no permitirse ni un solo paso en falso, porque tocar mal no es no avanzar, es un retroceso en toda regla. Una tragedia.
¿Cómo te aseguras de no fallar nunca? Exacto, tocando despacio. ¿Cómo de despacio? no hay medida universal. Tanto como tus manos necesiten para hacerlo «sin esfuerzo alguno». Podría ser ridículamente lento, pero es el camino.
Es comprensible pensar que al tocar despacio no hay avance. Pero solo es una ilusión y hay que ser consciente de ello y perseverar.
A tocar despacio, le sigue muy de cerca y de manera natural, tocar alto y claro. Después de todo, si estás sonando perfecto ¿por qué vas a querer enmascararlo?
Somos impacientes por naturaleza, y aprender música es un magnífico ejercicio de templanza. Las cosas que merecen la pena en la vida, querámoslo o no, toman tiempo. No las conseguiremos mañana, ni pasado mañana, ni al otro. Y cuando las hayamos conseguido, no nos daremos cuenta, porque ya estaremos mirando a donde antes ni nos imaginábamos poder llegar.